Pintura
ADN 2004-2005
La flecha de la vida
Febrero 2004
Francisco Javier Ibarra

La naturaleza del auténtico viaje, como el de la verdadera creación artística, como el de la existencia vivida a fondo, es correr riesgos. Ir más allá de lo previsible, de lo planeado, de lo trazado por una mano invisible que mece las horas. Intuir, saber, que al viajar y traspasar las rutas turísticas, en realidad se llegará al conocimiento y al sentimiento de un lugar; que al crear y buscar un lenguaje propio, en verdad se expresará en forma y contenido lo que se desea comunicar por medios artísticos; que al vivir y tener conciencia de la capacidad de elegir, entonces se dotará de sentido a los pasos individuales y colectivos sobre la tierra. En una palabra, creer que siempre hay "algo más" que mueve, que seduce, que cautiva y que abre caminos y posibilidades de ser.

Desde esta perspectiva, la exposición de Lorenza Aranguren titulada ADN es un riesgo tomado consciente y libremente por esta artista jaliscience, asumido por entero con voluntad de creación, con ganas de jugar, de experimentar, de viajar por los filamentos de la vida, de investigar términos pictóricos el origen y el destino, de hacerle un guiño al azar, de ir más allá.

En estos cuadros en los que conviven la cera y el óleo, los rojos y los ocres, los verdes y los naranjas, el negro y el blanco, la búsqueda y el encuentro, la desmesura y el equilibrio, la casualidad y la precisión, Lorenza Aranguren lleva a cabo una travesía por los senderos de la vitalidad a través del lenguaje de la abstracción: evocaciones de un universo que late en cada piel, en cada movimiento, en cada posibilidad de encarnar, en cada manera de fenecer, en cada una de las secuencias de la contradicción y lo absurdo, en cada sino que corre por las venas, en cada hueco de la eternidad.

En la verdad de las pinturas de Lorenza Aranguren, en el espacio de los lienzos donde cobra vida su realidad como pintora contemporánea, es palpable su vocación por hacerse esas preguntas esenciales que, en varias ocasiones, la mayoría de las personas preferimos no formularnos: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿qué somos?, ¿cómo es posible la vida?, ¿qué es la muerte?, ¿será posible la inmortalidad?, ¿el tiempo es sólo una medida convencional?, ¿al final, regresamos a la infinitud de la materia o hay algo del otro lado?, ¿muerte y vida son dos máscaras de un mismo rostro?.

Las pinturas que ahora expone Lorenza Aranguren son una forma de respuesta a tales preguntas: silencio y misterio. En sus cuadros, tentativas de libertad, el ADN continúa labrando su eterna trenza dorada, la flecha del tiempo jamás se detiene, las texturas son cromosomas que retan a la mirada, la diversidad florece como en un jardín sin más restricciones que las que impone la propia vida, el código genético se evapora por la intensidad expresiva de los colores, las combinaciones esperan ser vislumbradas y descifradas, el hoyo negro de la temporalidad fascina y repele, inquieta y embelesa; el viaje de la existencia es una invitación, una incitación, un riesgo que no puede dejar de tomarse.

Sin pretender llevar a la tela una traducción documental de algunos de los paradigmas científicos contemporáneos en el lenguaje de la abstracción pictórica, Lorenza Aranguren ha logrado plasmar una genuina experiencia estética, un acto de creatividad e imaginación, un deslumbramiento apasionado: la vida y el arte se imitan, se desdoblan, se retan, se entrelazan y siguen sus propios caminos, se miran al espejo y nos abren los ojos para relativizar dogmas, convenciones, artificios, convicciones, ataduras, es decir, todo aquello que hace a la existencia un simulacro de lo que en realidad puede llegar a ser.